La carpeta azul

3–4 minutos

La escuela

Era clase de francés. En la escuela a la que fui, en ese tiempo teníamos cursos obligatorios de idiomas extranjeros: inglés y francés. Estimo que estaba en tercero o cuarto de primaria. Esto significa que tenía al menos 8 años. En el Perú, nuestro sistema tiene 6 años de escuela primaria.

Mi uniforme consistía en (de los pies a la cabeza) zapatos negros, medias gris oscuro, pantalones gris oscuro, correa de cuero negra, una camisa blanca de mangas cortas con bolsillo y el emblema de metal en color dorado cosida en el bolsillo y una chompa de lana en azul oscuro, que tenía el emblema bordado, con cuello en V. Y los varones debíamos cortarnos el cabello casi tipo buzzcut cada mes.

El salón tenía una capacidad de aproximadamente 40 estudiantes. Más o menos. Y las carpetas (sillas) de ese tiempo, individuales, eran de metal y madera. El asiento de madera. Igual, pintadas de azul oscuro, como las chompas. Tenía una tabla de apoyo, también de madera. También pintada de azul oscuro.

El pupitre (o escritorio del docente) era de marrón oscuro, al frente. Tenías que subir un escalón, casi como si fuera un altar. Y estaba ubicado en la parte opuesta a la puerta de entrada (y de salida porque solo había una puerta en cada salón).

Llevaba ya un rato con ganas de orinar. Así que levanté mi mano -como correspondía hacer en tal necesidad, según las normas del aula- para pedir permiso para ir al baño.

Después de varios intentos negados, con mucho atrevimiento volví a levantar la mano. Quizá faltaba unos 10 a 15 minutos para terminar el día de clases. La profesora negó una y otra vez.

Pues ya puedes asumir lo que pasó. Mis pantalones se mojaron y la orina se esparció por la carpeta que en ese entonces parecía una silla tan grande, y cayó sobre el suelo gris.

Intento recordar como me sentí. Una mezcla de vergüenza y frustración. También recuerdo haber estado preocupado porque iba a salir a la calle con los pantalones mojados esperando a que llegara mi madre a recogerme. La espera y la reacción de ella.

Ahí termina mi historia. No recuerdo más.


La adultez y el “aguantarse”

Este año a diferencia de otros, he llegado a una conciencia más profunda de las situaciones en las que he estado donde no he tenido espacio para cubrir mis necesidades en distintos aspectos de mi vida.

¿En qué aspectos? Si somos cercanos, podemos conversar en persona o por teléfono y charlar un rato.

A medida que ha pasado el tiempo, he notado la frustración de pedir permiso para cubrir tales necesidades. Sea de validación de mi trabajo, de mi apoyo profesional, de amistad, o simplemente como ciudadano o participante activo de la sociedad que me acoge.

Fue una frustración que se acumuló hasta tal punto de abandonar mi cuidado personal físico y mental.

Entonces he sentido como ese líquido tibio abandona mi cuerpo y corre entre mis piernas. Con una mezcla de alivio pero también de vergüenza, ansiedad, y angustia.


El alivio y la elección

Este año he vivido esa situación en varias áreas de mi vida. Me he levantado de ahí sintiendo vergüenza y angustia. Y a veces tristeza incluso.

Con el alivio de que se ha terminado.

Sabiendo que si estoy en una situación angustiante, a diferencia de la escuela, esta vez tengo voz y capacidad para decidir.

Que a diferencia de la escuela, no tengo que volver al día siguiente al mismo lugar sintiendo la frustración de un sistema que no entiende o atiende mis necesidades básicas.

Que a diferencia de la escuela, como adulto no necesito levantar la mano y pedir permiso para atender aquellas necesidades que me hacen funcionar como ser humano.

No me entiendas mal. Pienso que el sistema y las normas son necesarias. Pero pienso también que el sistema no es perfecto y puede mejorar. Y a veces tenemos que alzar la voz y tomar acción para ser respetados y honrados.

Gracias por leer.