Cafeterías y memoria
La relación que tengo con las cafeterías de especialidad —o con los lugares donde hay café— no son la misma cosa.
Pero, como los lugares donde la memoria me habla en voz alta, ahora estoy en una de esas. Siento el viento frío del invierno que ha llegado más temprano de lo usual, como esos vecinos del campo que sabes que llegan sin avisar.
Hay ciertas cafeterías a las que no voy sino en ocasiones muy específicas. Normalmente por la distancia, pero también porque coinciden con momentos en los que debo tomar decisiones. Entonces el café adquiere otra perspectiva: tiene un rol, tiene que inspirarme y traer suficiente lucidez para finalmente decidir lo que tenga que decidir.
Algunas de esas visitas son para recordar. Otras, para olvidar. A veces en compañía de un flat white con leche vegetal, otras con un espresso doble. Y casi siempre con una galleta de avena y arándanos.
Emozia
La última vez que estuve en Emozia fue como regalo de cumpleaños de mi hermana Laura. Así que hoy empieza como si estuviera sentado con ella en la terraza.
No creas que es una terraza como las de película. Es una mesa al lado de un poste de luz. Es cierto que la combinación arquitectónica de alrededor le da una vista bohemia: los ladrillos de cemento en el piso, la actitud de la gente, la ropa de invierno que lucen con tanta confianza.
Esta vez también me acompaña el ruido lejano de las obras de reparación de la plaza central de la Unión. Felizmente es sábado, así que hoy no hay bullicio. Las lluvias de los últimos días parecen haber espantado a la gente. Así que tengo tranquilidad.
Hoy me he vestido de otoño: botas beige, pantalones marrones y casaca fluffy verde. Casi me puedo camuflar en la naturaleza. Me di cuenta al ver los árboles con esos colores tan bonitos que, probablemente sin pensarlo, me susurraron esta mañana al vestirme.
Pensamientos de otoño
Hoy hay dos pensamientos que han dominado mi mente.
Primero, una nostalgia curiosa por la vida en la ciudad, pero que ya he identificado que no necesito más.
Segundo, las conversaciones sobre inmigrantes. Aquí he escuchado mucho: sobre el pueblo Roma (o gitanos), sobre los trabajadores asiáticos de Sri Lanka, Bangladesh o Vietnam que hacen entregas en scooter, bicicleta o motocicleta. Si pasas por TikTok, verás videos de ellos atravesando los charcos de lluvia.
Desafortunadamente, las noticias han mostrado cómo los locales los han maltratado. Y tristemente también he escuchado de cerca a personas disgustadas por su presencia en el país.
Inmigración y café
También escuché a alguien explicar el fenómeno de la inmigración como algo que ha sucedido siempre y que no necesariamente ha aumentado, sino que se usa como chivo expiatorio: el culpable es el último en llegar. Hablaban de un contexto europeo más general.
Mi opinión es más compleja. Creo que la inmigración de países asiáticos en Rumanía sí ha aumentado.
Pero vuelvo al café. El café. El otoño que parece más invierno. El aire frío que me congela los dedos mientras escribo.
Los tipos de café dependen de mi humor y del tipo de decisión que debo tomar. Y mientras me envuelvo en una serie de imaginarios en mi cabeza —algunos optimistas y otros no tanto— elijo disfrutar la amargura del café. Al menos hoy puedo pagármelo.
De alguna forma, siento que estuviera tomando este café contigo.
Gracias por el café.
