El comienzo
Este domingo pasado cumplí 10 años en Rumanía. Aquí realmente no quiero decir que he sentido que el tiempo ha pasado volando. No es el caso. Pero sí pensé que vendría por 3 años y luego volvería a Perú. Y no fue necesariamente Rumanía la razón que escogí.
Gané una beca para un programa de maestría financiado por el Ministerio de Educación rumano. Algunos de los gastos fueron cubiertos, pero en su mayoría los cubrí yo. Así que mi principal motivación fue la experiencia en sí misma.
Llevaba mucho tiempo buscando una oportunidad como esa, y los programas de becas del gobierno peruano no estaban a mi alcance y no ofrecían ninguna garantía de ganarlos aunque cumpliera las condiciones.
Sinceramente lo que esperaba estaba envuelto en mucho misterio e incertidumbre. Y en ese momento parecían ser motivaciones muy fuertes.
Recuerdo estar en el bus yendo al trabajo una mañana, en Lima. Abrir el email de aceptación en el programa. Un sentimiento potente de haber logrado algo.
Los primeros retos
Lo más difícil fue el choque cultural que no tardó en aparecer: sentirme constantemente observado, perseguido en las tiendas como si fuese a robar algo, las risas cada vez que pronunciaba algo mal, la confusión en cómo debía saludar a las personas, la frustración de no entender el idioma y la cultura. Una visión del mundo ajena. El conflicto entre lo que pensaba que creía y conocía acerca de la vida.
Y luego, la búsqueda de trabajo. Una historia muy aparte.
Aprendizajes y personas
Lo más emocionante ha sido cumplir 10 años. Me tiemblan las manos mientras escribo porque conozco bien esa trayectoria hasta hoy.
Solía pensar en una escalera profesional que debía subir y subir y subir. Que eso le daría sentido a mi viaje. Que eso justificaría mi estadía. Que eso me daría el reconocimiento de “abandonar” mi país. De mi retraso en pensar y hablar en español.
También sentía vergüenza y miedo de no lograr nada de eso y regresar con las “manos vacías”.
Hubo más de una persona que me mostró cosas de la vida y de mí mismo.
Con alguien compartí cantar en el trabajo haciendo facturas. Y bailar un fin de semana sin importar las preocupaciones. Sentarnos en el café apartados del mundo corporativo.
De alguien aprendí a usar la tabla de snowboarding. A leer a Emanuel Kant. Qué significa hablar de mis emociones y pensamientos en voz alta. Qué significa huir, pero también qué significa volver.
Con alguien aprendí una resiliencia tremenda: tomar el dolor con calma, dejarlo estar hasta que se vaya. Y, si vuelve, saludarlo.
De varias compañeras de trabajo increíbles aprendí a no tener miedo de crecer. A tener confianza en el proceso, en mis superpoderes. A proteger mi salud mental.
Una vez llamé a mi madre para decirle que no podía más. Y me dijo que siempre podía volver, siempre y cuando no sea que me pregunte: ¿podría haberme esforzado más?
Pertenecer
Veo a Rumanía como mi país adoptivo, de eso estoy seguro. Este país me ha dado un espacio para poner un espejo en frente. Y yo a cambio he dado mis fuerzas. Muchísimo trabajo físico y mental.
Pertenecer se siente como algo fluctuante. Que a veces parece estar ahí y a veces no.
Recuerdo mi primera noche de otoño en Bucarest. Mi primera noche en Oradea con unos estudiantes turcos. Mi primer invierno. Mi primera Navidad.
Recuerdo mis primeros rollos de carne envueltos en hojas de repollo. Mi primer shot de alcohol tradicional rumano (pălincă).
Recuerdo todas las noches en las que me preguntaba qué pasaría después de esos 3 años. Y los días en los que no quería salir de cama.
Recuerdo los días en los que subí de peso por todos los Snickers que comía. Pero también recuerdo los días en los que no tuve suficiente dinero, y que salía a correr para no tener que pensarlo.
Recuerdo los días en los que estaba echado en cama como un pretzel pensando que nunca podría levantarme y que las cosas nunca mejorarían.
En todos esos momentos que recuerdo, siempre recibí un mensaje de alguien, o una llamada. O tuve la compañía de alguien que me ayudó a ver el futuro con otros ojos.
Salud mental en inmigrantes
Mis altibajos personales forman parte de una realidad compartida por millones de inmigrantes en el mundo.
- La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que migrantes y refugiados tienen un riesgo hasta 2 veces mayor de sufrir depresión y ansiedad que la población general【WHO†source】.
- Un meta-análisis en The Lancet Psychiatry (2017) mostró que la prevalencia de depresión en inmigrantes oscila entre 15 % y 20 %, y de ansiedad entre 9 % y 16 %【The Lancet Psychiatry†source】.
- Entre los factores de riesgo destacan: separación familiar, barreras de idioma, discriminación, inseguridad laboral y falta de acceso a servicios de salud mental【WHO†source】.
- El burnout se reporta con frecuencia entre inmigrantes en trabajos precarios o de alta demanda: largas horas, sobrecalificación no reconocida o falta de redes de apoyo【WHO†source】.
- En cuanto al suicidio, estudios europeos indican que ciertos grupos de inmigrantes tienen tasas más altas, especialmente en los primeros 5 años de residencia, aunque varía según el origen y el país de acogida【The Lancet Psychiatry†source】.
Después de 10 años, me doy cuenta de que mi historia no es solo personal. Es parte de una experiencia colectiva.
Los datos sobre salud mental en inmigrantes confirman que no estoy solo en mis miedos, en mis noches de insomnio o en mis dudas sobre pertenecer. Pero también muestran que sobrevivir, quedarme y aprender a reconectarme es ya un acto de resiliencia.
Y esa resiliencia, aunque a veces silenciosa, es también una forma de pertenencia.
Gracias por acompañarme en este viaje.
