¿Un recordatorio de qué?
Estaba en la terraza de una cafetería, explorando un poco en TikTok, y encontré un video de reacción a la entrevista que hacia un podcaster a un tipo. Este último decía así «una o dos cachetadas a mi mujer y la despierto».
Él dice que no se cataloga como una persona violenta. Pero que la mujer necesita un recordatorio de su propio lugar. Y… no necesito ver el video completo. Ya sé de qué va.
Hay momentos en que una noticia, una historia o incluso un video en redes sociales nos dejan helados. Porque muestran, una vez más, hasta qué punto la violencia contra las mujeres sigue tratándose como algo normal, como si fuera un tema de opinión más. No es un problema de un solo país ni de un solo contexto: ocurre en Perú, en Rumanía, en internet.
Eyvi Agreda
En Perú, el caso de Eyvi Ágreda en 2018 marcó un antes y un después. Una joven de 22 años fue rociada con gasolina y quemada viva en un bus de Lima por un hombre que no aceptaba su rechazo. Eyvi sobrevivió unas semanas, pero murió a causa de las heridas. Su feminicidio despertó protestas masivas bajo el grito de “Ni Una Menos”.
En 2023, Perú reportó 146 casos de feminicidio. Según datos del Instituto Nacional de Estadística, 35,6 % de las mujeres de 15 a 40 años fueron víctimas de violencia doméstica en el año anterior a la encuesta (2022, Gobierno del Perú).
Teodora Marcu
En Rumanía, el asesinato de Teodora Marcu, una joven embarazada de 23 años, ocurrió en plena calle, frente a su hija pequeña. Ella ya había pedido ayuda, había solicitado una orden de protección, pero las instituciones fallaron en protegerla.
Su muerte desató marchas en Bucarest y otras ciudades, con miles exigiendo que el feminicidio sea reconocido en la ley y que las autoridades dejen de tratarlo como un accidente aislado. En lo que va de 2025 ya se han registrado 25 feminicidios, mientras que en 2024 fueron 34. El 42 % de las mujeres rumana ha experimentado violencia física y/o sexual desde los 15 años de edad (2024, Gender Equality Index).
Tzanca Uraganu
Y luego está lo que circula en internet. Hace poco, el cantante de manele Tzanca Uraganu declaró en una entrevista: “Îi mai dai o palmă, să o trezești” (“A veces le das una bofetada, para despertarla”), refiriéndose a sus parejas. Lo dijo sonriendo, y el equipo de producción siguió como si nada, como si fuera un comentario trivial.
Cada minuto en el aire sin réplica crítica se convierte en complicidad. Cuando un canal de televisión o un podcast permite que un hombre declare abiertamente que pega a las mujeres y lo deja pasar como un comentario pintoresco, está contribuyendo a la normalización de la violencia.
¿Callar es ser cómplice?
La violencia contra las mujeres no es un tema de debate, ni un simple punto de vista. No podemos quedarnos callados. Cuando tratamos un feminicidio, una amenaza o un golpe como si fueran una opinión más, lo que hacemos es legitimar la violencia.
Una vez escuché a un compañero comentar sobre la relación de una conocida. Aparentemente ella estaba en una relación abusiva (verbal y físicamente). Este compañero dijo: “mi opinión es que si no se va es porque le gusta y ¿cómo le puede gustar algo así?”
Para resumir mi respuesta, dije que la violencia envuelve muchos actores y que la responsabilidad no es de una sola persona, sino del sistema entero. Lamentablemente esa conversación no fue fructífera porque él no quiso aceptar que el problema no era ella, sino el novio.
Ahí está la violencia. Cuando miramos a la persona que fue abusada y la cuestionamos, buscando mil razones para justificar su “mala suerte”: seguro se lo ha merecido, seguro le gusta.
Ahí está la violencia. Cuando justificamos al que levantó la voz o la mano abusando y maltratando a la persona frente a él: seguro estaba estresado, seguro tuvo una mala relación con su padre, seguro él también sufrió lo mismo.
No hay motivo alguno que le dé el derecho a hacerlo. Y tampoco necesitamos entenderlo.
Nuestra responsabilidad está en marcar el límite: decir que no, reaccionar, no dejar que el silencio sea cómplice. Porque cada silencio abre la puerta al siguiente golpe.
¿Quemada viva en un autobús? ¿Embarazada y asesinada frente a su hija? Me da escalofríos leer estas historias. Me da escalofríos saber que esto es lo que un hombre duerme o se despierta pensando que debería hacer.
Me da escalofríos que la violencia no nos indigne más. Que creamos que un rating, unas vistas o unos “me gusta” sean ahora nuestro sistema de valores.
Si conoces algún caso de violencia doméstica, hablemos.
