Un mapa invisible que me acompaña 🗺️
Hace un par de años, durante un voluntariado, una pastora me habló del duelo como una experiencia mucho más frecuente que aquella que solo asociamos a la muerte. ¡Vaya!, pensé. Veamos a dónde nos lleva esta conversación. Hoy le doy la razón.
Este año, entre sus propias circunstancias y el recuerdo de aquella charla, entendí que el duelo también se extiende a amistades que se apagaron, proyectos que nunca dieron fruto, planes que se desmoronaron, oportunidades que no llegaron, y a esos horizontes que imagino pero que a veces parecen eternos en llegar.
Mi intención al escribir no es dejarte un sabor amargo ni pesimista. Más bien es continuar en esa vulnerabilidad en la que comparto mis planes y mis sueños, sin resentimiento. Con una esperanza distinta: una nostalgia que me permite volver a soñar, esta vez con calma y con algo más de sabiduría.
Huáscar
Es la calle en la que crecí. Bueno, no crecí en la calle, pero ya me entiendes.
Ahí jugué alguna vez a los 7 pecados: lanzabas la pelota al aire, decías el número de alguien, y esa persona debía atraparla y gritar “stop”. Después daba unos pasos y escogía a quién lanzársela; si lo golpeaba, perdía una vida. O algo así. (Nunca entendí por qué se llamaba así).
Perseguí colectivos viejos, tratando de igualar su velocidad. Caminé mil veces rumbo a la iglesia de la esquina, no solo los domingos sino casi a diario.
Ahí me robaron un celular, y ahí monté una bicicleta que ni siquiera era mía, sino la de la familia.
El túnel
Soñaba. Y soñaba todo el tiempo.
Sentado en la silla a la cabecera de la mesa, mirando a la refrigeradora, me quedaba congelado transportado a otra dimensión. Imaginaba un túnel.
Echado sobre el edredón verde de mi cama. Mirando al techo, escuchando música clásica. Beethoven, Bach, Vivaldi, Tchaikovsky. Me imaginaba el mismo túnel.
A veces hasta dibujaba en medio de ese túnel imaginario. En el piso o en la pared.
Estambul
Orhan Pamuk, uno de mis escritores favoritos, escribió Estambul. Le hablé a mi madre del libro, y ella también lo leyó.
No sé qué tenía esa ciudad que me atrapó tanto, hasta el punto de querer quedarme. Al final, volví a Rumanía.
Quizá fueron los gatos, o las multitudes que me recordaban a Huáscar en Navidad. Tal vez el pan con pescado que me supo tan familiar a mis desayunos del norte del Perú. O quizá fue simplemente el olor del mar.
Una nostalgia cercana que se parecía a la lejana.
El trabajo
Una vez perdí un trabajo, y con él se fueron muchas otras cosas. Pensé que conseguir uno resolvería mis problemas, pero ignoré lo que realmente había planificado para mí.
No solo fue dinero: fue también la dirección que quería tomar, el momento que creí necesario.
Es cierto que todo, en algún momento, estará bien. Pero no escribo para tranquilizar ni para negar. Escribo para reconocer. Para pensar, sentir y hablar en voz alta. Para pasar página, si quiero.
Perdí la calle en la que crecí, y eso es crecer.
Perdí mi túnel y sus dibujos.
Perdí a Estambul y su pan con pescado.
Perdí proyectos personales cuando perdí el trabajo.
Pero aprendí a nombrar lo que se fue. Y aprendí a sentarme a contártelo, con calma. Con la esperanza de que, al soltar todas esas cosas, he abierto espacio para lo que aún ha de venir.
Gracias por leer. 🦄
