Crecer es perder

3–5 minutos

Mi trágica ambición 🍃💀


Mi primera colección

Empecé mi colección de plantas como cualquiera que busca compañía verde: eligiendo especies que no pidan demasiado. Que no fueran de plástico, que transmitieran vida, pero que, si me olvidaba de regarlas, pudieran sobrevivir a mi falta de memoria. Qué chiste.

Así llegaron las primeras tres: un ficus, una lengua de tigre y un lirio de la paz. Pronto estaría buscando completar un cuarteto.

Hasta entonces me sentía orgulloso de contar entre diez y quince días antes de echarles agua. Mientras no se murieran, pensaba que estaba haciendo un buen trabajo.

Hasta que las hojas del ficus empezaron a secarse y caer. Descubrí que la ubicación tenía que cambiar: la luz directa lo estaba quemando. ¿Pero qué luz directa? Si el sol no le daba directamente… En fin, lo moví a otra esquina.

Poco a poco encontré a mis influencers de plantas favoritos, de quienes aprendí sobre propagación, el lenguaje del color de las hojas y la elección de la tierra. “Que no cunda el pánico”, me repetía. Paso a paso. Aunque tres plantas ya se sentían como una gran responsabilidad.

Y como si fuera poco, me enamoré de dos más: una monstera deliciosa y un pothos. La ambición pudo más y quise propagarlas enseguida. Coloqué la mitad en la cocina y la otra mitad en mi habitación.

Entonces pensé que mis monsteras bebés estarían mejor en el balcón, con más luz y aire. Lamentablemente, bastaron unas horas sin supervisión para que fuera demasiado tarde: todas las hojas terminaron quemadas.

El renacimiento

Después de ese triste episodio, tenía que reivindicarme. Busqué de nuevo si era posible que las hojas volvieran a crecer usando solo el tallo. Me sentí un poco como en clase, siguiendo instrucciones y tomando notas. Y, de paso, extrañé el jardín de la casa de mis padres.

Recordé aquellos días en que me gustaba contemplar las rosas. Alrededor de los botones, antes de abrirse, se reunían unos insectos verdes que parecían no moverse jamás, salvo que los amenazara con mis dedos. No recuerdo haberme pinchado con las espinas, pero sí pasar mucho tiempo observándolas. A veces me sobresaltaba el zumbido de los abejorros, o me fascinaba la rapidez con la que los colibríes escapaban de mi mirada.

Con la esperanza de no haberlas quemado para siempre, corté los tallos manteniendo la distancia que recomendaban esos “influencers” (cuando digo influencers, hablo de esos expertos en plantas que se saben los nombres científicos de memoria).

Han pasado un par de semanas y, con mucha alegría, puedo decir que ya hay brotes. Un verde claro y tierno. Los he visto desde que apenas se notaba la diferencia de color, hasta que ahora ya parecen pequeños cuernos. Cada dos días cambio el agua, porque noto que se enturbia y no me gusta. No sé si es lo correcto, pero si siguen creciendo, algo debo estar haciendo bien… creo.

Mis cuernos

El renacimiento de mis plantas me impacienta muchísimo. Pero cuando los cambios empiezan a ser más evidentes, me siento orgulloso.

Quizá suene a cliché: esas comparaciones que, de niños, los mayores nos daban sobre crecer o cambiar son ciertas. Que las plantitas necesitan agua, tierra y un largo etcétera.

La verdad es que es más complicado que eso. A veces no requieren tanta agua. Influyen la ubicación, la humedad, el aire, la luz… y las plagas. Uf, un sinfín de factores.

En lo que quería enfocarme es en ese momento en que las hojas se quemaron. Y creo que me detuve en él precisamente por mis episodios más recientes.

Tengo mucha impaciencia por los cambios. Los busco, los anhelo. Trabajo por ellos y los espero con ansias. A veces tanto, que buscando más luz y más aire, he terminado poniéndome en el lugar equivocado… y he acabado quemándome. Física y mentalmente.

No todo está perdido: siempre hay una nueva oportunidad para tomar otros rumbos, cambiar de ritmo, adoptar nuevas perspectivas.

De alguna manera me identifico con esa monstera deliciosa. Y no por lo de “deliciosa”, sino por el instante en que descubrí que mis hojas se habían quemado y que debía reaccionar lo antes posible.

Esa parte es muy frustrante: cuando parece que el cambio no llega y, mientras más te observas, más parece que el tiempo se congela. Pero en realidad, bajo tierra, las raíces se expanden y se fortalecen; los brotes apenas asoman, pero el proceso está ocurriendo. Y pronto me saldrán esos “cuernitos”.

No quiero cuernos de verdad, claro está, pero ya entiendes lo que quiero decir.

Son esos brotes que veo en mí: avanzan lentamente, pero están ahí. Y me alegran, porque sé que han costado mucho construirlos. Estoy cuidando que ahora estén en el lugar adecuado.

Espero que tú también estés prestando atención a tus propias hojas.