Lugares que aún me hablan – Parte 1

3–5 minutos

He llegado a uno de mis lugares favoritos para sentarme a hacer lluvia de ideas. Es un Starbucks cerca de donde vivo. Pienso que en algún momento este lugar debería esponsorizarme. Me ha recibido en la caja una chica que lleva quizás un par de años trabajando ahí. Así que ha confirmado mi predecible orden: un espresso doble. Y también ha recordado mi nombre.

Hoy he tenido una ráfaga de recuerdos. De lugares donde me he encontrado con alguien o he ido junto con alguien y todavía puedo escuchar sus voces tan audibles, o imaginar sus miradas tan cálidas y vívidas. Aquí van algunos de esos lugares y personas, en un orden muy aleatorio.

Andrea y la banca de la plaza de armas

Estudiamos juntos durante el colegio. Y también en la escuela de música. Siempre pensé que ella tenía mejor talento que el mío. Así que siempre intenté estar preparado para las clases. Esa banca, en una de la esquinas frente a la catedral, era el lugar donde nos encontrábamos a pasar el tiempo. Entonces cuando no había celulares. Y solo podíamos pagarnos un paquete de galletas pícaras. Y cuando no prestábamos atención al daño de los rayos solares. Andrea, temeraria y dulce al mismo tiempo.

Mariana y Sato

Era verano y tenía que prepararme para la gran decisión de escoger qué carrera estudiar. Hasta entonces, como mi cerebro no había captado nada de física o matemáticas, fui a la escuela de un popular profesor llamado Sato. Su método de enseñanza nos hizo a Mariana y a mí brillar. Él siempre decía que las carreras que habíamos escogido eran pasatiempos. No nos hizo cambiar de opinión. Mariana, tiene una forma dura de decirme cuándo me he equivocado, pero también con compasión.

Elisabet y Año Nuevo

Crecí en un ambiente religioso. Cristiano, como le decimos nosotros. Y la familia entera iba a una iglesia específica. Después de un tiempo, decidí ir por mi cuenta a una distinta. Enfrenté muchos desafíos y aprendizajes. Una noche de Año Nuevo, mi hermana Elisabet vino conmigo a la celebración. Oramos y lloramos juntos. Recuerdo que ella tenía unas mechas azules en el cabello. Nos tomamos de la mano. Lo recuerdo como si fuera ayer. Elisabet es valiente, y tiene una compostura increíble para abordar conversaciones difíciles.

Alonso y San Marcos

Cuando cambié de iglesia, el baterista resultó ser el amigo de una de mis compañeras de la facultad. Antes nos mirábamos con escepticismo. Pero nos hicimos amigos. Especialmente durante un viaje misionero a las montañas: San Marcos. Hace poco hablamos por teléfono. «Te acompaño en tu dolor», me dijo. Alonso es callado, y a veces hace bromas que son muy tontas, pero hablar con él me da paz.

Isaac y el robo

Nos conocimos cuando murió una de mis abuelas. Probablemente una de las personas a las que nunca me ha dado miedo hablar con dureza y honestidad. Hemos nadado juntos, hecho música juntos. Una noche después de un evento, regresamos tarde. En medio del camino, nos asaltaron pero solo le robaron a él. Ahora hablamos de nuestros desafíos profesionales, y de cómo hacer dieta. Isaac es visionario. Es emocional, y muy leal.

Sorina y las rosas

Hace poco fuimos por un café. A una terraza en frente del río. Un lugar con mucho significado para mí. Ella y yo fuimos compañeros de trabajo. Y a través de nuestras salidas con el resto del grupo hemos estado al tanto de los desafíos laborales y de la vida. Le dije que pienso que nos hemos conectado de manera significativa quizás por haber vivido experiencias de vida similares. Su último consejo fue «deja que tu madre te dé consejos, escucha cada palabra que tiene para ti, es su forma de conectarse contigo». Me dijo que no quiere ser recordada como la asesina de las plantas, pero que ha aprendido que no todas las plantas necesitan abundante agua a diario. Sorina trabaja muy arduamente. Tiene mucha calma y mucho sentido del humor.

A veces creo que hay lugares que guardan sonidos. Los sonidos de las voces que alguna vez estuvieron ahí. Pero no se escuchan con los oídos, sino con la memoria. Y cuando regreso a esos lugares —aunque solo sea con el pensamiento— no estoy solo. Me acompañan esas voces que se quedaron. Las que alguna vez me dijeron algo que necesitaba oír. Esas voces todavía me hablan.