Hay días en los que salgo solo. Salgo a caminar y a mirar el cielo entre edificios, respirando con intención. Me sorprende que esa simplicidad se sienta tan diferente. Como si algo se alineara por dentro. Es como una calma lúcida.
Cuando hablo con los demás sobre cómo es estar en mis 30, suelo decir que es un cambio de perspectiva. Una en la que ya no quiero impresionar, sino conectar. Donde ya no me importa encajar o probar algo. Estoy más interesado en estar presente, en reconocerme. En tener conversaciones que me dejen pensando, no solo entretenido.
Hay un deseo de silencio, naturaleza, y lentitud. No es que quiera ser un monje (aunque no lo descartaría nunca ¡Ja! Me acabo de reír un poquito). Es solo que el ruido me cansa más rápido que antes.
Ya he dejado de preguntarme “¿por qué me pasa esto?” y he empezado a preguntarme: “¿qué necesito para superarlo?”.
Esa pregunta cambia todo. No elimina el dolor que siento, pero me devuelve el control de lo que puedo hacer para continuar. Me recuerda que tengo recursos, personas, y espacios. Me conecta con una versión de mí que no necesita tener todas las respuestas, solo un poco de claridad para seguir adelante.
Otra cosa que he notado es cómo hablo del dolor. Antes lo esquivaba. O lo escondía. Ahora, puedo verbalizarlo o describirlo. No para dramatizarlo, sino para hacerlo visible.
Decir “esto todavía me duele” ya no me da vergüenza. Me da paz.
Y lo que antes no me daba cuenta que no hacía: pedir ayuda. Escribir a alguien para decirle que no estoy bien. Que necesito una conversación. Un favor. Un gesto. Y descubrir, con sorpresa, que del otro lado hay una respuesta, hay escucha. Que no es ser débil sino humano.
Hace poco le compartí a mi terapeuta algo que venía sintiendo desde hace días: todo se siente distinto.
No sé cómo explicarlo del todo. Solo sé que al mirar el cielo, al respirar, al caminar, hay una textura nueva en el aire. Estar en mi propia piel se siente más intencional. Ya no paso los días como si los arrastrara. Me siento presente.
Creo que parte de este cambio viene de aprender a decir lo que siento. Me esfuerzo por ponerle palabras. Aunque a veces no encuentro el término exacto, lo intento.
Uf, yo sé que el mundo no ha cambiado. He cambiado yo. Y ahora, al ver el mundo, lo veo de una forma más lenta. Más abierta. Más mía.
