¿Alguna vez has escuchado varias canciones a la vez? Es un poco cómo ha ido mi semana. Entre los miembros de mi familia he oído, compartido y me he alegrado por sus logros e iniciativas. Promociones en su trabajo, detalles en el crecimiento de sus hijos, nuevos proyectos, y hasta conversaciones sobre qué ropa ponerse. Viendo y oyendo del compás de cada uno, intento no imitarlos ni compararme, sino afinar el oído para saber cuál es el mío.
A veces por admiración he intentado imitar. Y otras veces por miedo he intentando evitar. Unos de mis descubrimientos (quizá no para ti) ha sido ver cómo he vivido melodías prestadas que realmente no me pertenecen o no me hacen sentir que soy yo mismo. Estos tres meses de pausa me ayudaron a verlas con más claridad.
En las últimas videollamadas con mi madre hemos discutido sobre amigos, conocidos, deporte, trabajo, mis expectativas en mi desarrollo profesional y personal, sobre mis plantas, y mis mascotas. Sobre la primavera atrasada. Sobre las elecciones presidenciales (uf, esta vez no diré nada al respecto). Sobre mis nuevas habilidades culinarias. Y poco a poco voy observando y descubriendo un ritmo que tolero. Es uno que me trae paz pero por alguna razón esa paz se siente frágil.
En otro momento, compartí con mi amiga María un libro que me marcó: En Auschwitz no había Prozac, de Edith Eger. El impacto de su experiencia (de Edith) en los campos de concentración ahora en su vida de adulta. María y yo hemos comenzado un intercambio de libros y los lunes tenemos una corta sesión de café donde podemos separar el ruido de la oficina de la vida personal.
También conocí recientemente a Stefan Mutiu y a su esposa Amelia. Han construido el primer estudio privado de gimnasia en Rumanía. Una iniciativa ambiciosa que requiere visión y constancia. Hablé con él muy brevemente sobre su emprendimiento y sobre mi trabajo en marketing. Fue como una intersección entre mis años de gimnasia en Perú y mi vida profesional ahora en Rumanía. Pronto lo entrevistaré, estoy emocionado.
En el trabajo he aprendido a hacer mi melodía más audible. Sin opacar la de otros, intento ser transparente y juicioso. Con mi jefa, con mis colegas, con mis clientes.
Todos estos encuentros—familiares, laborales, casuales—me ha mostrado una cosa en común: que a menudo vivimos rodeados de melodías prestadas. Que podemos ir caminando el camino de otros sin cuestionar si ese paso nos acomoda. A veces lo hacemos por aprecio a otros, a veces de forma automática, o a veces porque no nos hemos permitido usar la nuestra propia.
Algunos días siento que voy a paso muy lento. Como que todos van más rápido que yo. Pero en esa reflexión también encuentro una suavidad que antes no pensé que sería importante. Es una suavidad que me susurra que no he llegado tarde a ningún lado. Que solo es una melodía distinta y eso está bien.
Ahora pienso que ya no se trata más de descubrirla, sino de practicarla. No como una que he aprendido de memoria, sino más bien como una que recién aprendo y que tengo que repetirla por partes, disminuir la velocidad para entenderla y perfeccionarla. Sea en mi cabeza o en voz alta. Conmigo mismo o con los demás.
Estos días esa es mi trayectoria. Ensayos. Pausas. Ensayos. Voy escuchándome una y otra vez. Finalmente convencido de que no he perdido mi melodía, sino que estoy aprendiendo a sonar más fuerte.
