Pato de goma

2–3 minutos

Hacía casi un año y medio que no venía a visitar el campo. Después de reordenar un poco mis cosas en la habitación, y buscando entre mis prendas encontré el polo perfecto para mi regreso. Uno azul. Uno con frases relacionadas a los aspectos positivos de un papá. Me lo dieron como regalo del día del padre un centro residencial para niñas, niños y adolescentes en situación de riesgo.

El 2023 fue año lindo en el que viví mitad en Bucarest y mitad en Valcea. Llevaba muchos años trabajando de forma remota y había decidido dejar la capital. Por primera vez experimentaba cada estación con una relación distinta con la naturaleza.

Recuerdo sentarme en un tronco en medio del jardín, tomando un café, viendo a mis perritas jugar con la nieve. Usaba una pijama muy gruesa, con botas de jebe, una frazada que me abrazaba con calor, y un chullo peruano de colores.

Vi los árboles volverse verdes y florecer otra vez, y los pájaros volver alrededor cantando. Disfruté la transición del frío a una ansiada primavera. Después de un invierno crudo, sentir la brisa y el sol calentar mi piel.

El intenso calor del verano aliviado con el perfume de las flores, las frescura del césped tan verde que te hace sentir tan optimista. Y de vez en cuando oír las manzanas caer de sus ramas.

Y finalmente mi estación preferida. El otoño. Lluvias de nostalgia y los montes que te muestran unas combinaciones hipnotizantes de colores.

Cuando me siento a leer en la terraza de la casa de campo, ver alrededor me recuerda a ese centro residencial. El gris del cemento del piso. El polvo. El gras verde. El sol tan potente. Hay una cierta familiaridad que me transporta a mis días de colaboración con el Caef. ¿Quizás es que ambos están apartados de la ciudad?

En el 2023 visité ese centro junto con unos voluntarios. En la última noche cuando tuvimos la cena de despedida, Denise, la directora del grupo de voluntarios nos regaló a todos unos dulces y un pato de goma. La idea era que un objeto tan insignificante nos haría recordar los momentos compartidos.

Y cuando llegué a mi habitación y vi el pato de goma en mi cómoda, me inundaron recuerdos. De los días en los que me sentaba a recortar cartulinas para las clases. De los días en los que iba en mototaxi a recoger a los niños a la salida de la escuela. A los almuerzos en el comedor. A mis caminatas en medio del polvo con el sol ardiente. A los abrazos pegajosos y sinceros. A la frustración de no entender mi rol profesional. Pero también al descubrimiento de un propósito que no tiene límite de tiempo.

Me he sentado a leer. En la terraza. A disfrutar del sol, del aire fresco. Del verde que sobreestimula mis ojos. Y a veces intento contar cuantas veces respiro, hasta que me olvido y me pierdo en mis pensamientos. He vuelto a mi habitación y ahí está otra vez el pato de goma.