Hace unos meses decidí abrir el tema de la salud mental con aquellos cercanos y no tan cercanos a mí. Al principio, dudé de cómo irían estas conversaciones: ¿causaría incomodidad? ¿Evitarían el tema? Pero algo cambió. Mientras más he hablado del tema, me he dado cuenta de cuántos de nosotros luchamos contra el silencio, llevando preocupaciones, ansiedades y emociones que rara vez decimos en voz alta. Algunos hablaron de sus propias batallas, y me hizo preguntarme: ¿por qué dudamos en hablar de la salud mental? ¿Y qué cambia cuando finalmente lo hacemos?
En 2020, descubrí, a causa de un dolor lumbar agudo y persistente, que tenía ciática y dos hernias discales. A través de fisioterapia, masaje y natación, conocí a otras personas que han sufrido o sufren lo mismo. He escuchado muchos consejos sobre cómo otros han tratado su condición y cómo debería tratar la mía. Finalmente, después de cinco años, el dolor ha desaparecido en un 80 %.
Una de las barreras más grandes que noté fue el temor a ser juzgado, a no ser entendido o a ser visto como débil. Las luchas por la salud mental suelen ser invisibles… hasta que no lo son. «Está en tu cabeza», dicen algunos. Otros dicen: «Piensas demasiado en eso».
Descubrí que decía «estoy bien» cuando realmente no lo estaba, y que he atravesado situaciones difíciles sin reconocer los sentimientos que tenía en el camino. La verdad es que decir que uno está bien no hace que el dolor desaparezca, solo nos aísla más. Romper ese patrón y hablar con honestidad nos da libertad y abre espacio para que otros hagan lo mismo.
En estos últimos meses, he escuchado historias de burnout, ansiedad, depresión, trauma a causa de violación, bullying, violencia doméstica y intentos de suicidio. Y con cada persona, he sentido un ardor en el estómago y he dicho: «Gracias por contármelo». Porque pienso que es hermoso que alguien abra su corazón para compartir algo tan importante y personal. Y tan juzgado por la sociedad.
En estos últimos meses, he aprendido que escuchar tiene tanto poder como compartir. Que debo dejar de intentar reparar las cosas que alguien me cuenta y, en su lugar, dejar que simplemente hable. Mientras abro mis oídos para escuchar, veo que el estigma acerca de la salud mental se desvanece.
Cuando mencioné que «voy» (es que solo voy a mi laptop porque es videollamada) a terapia, otro me dijo: «¿Y qué te ha pasado que has necesitado de algo así?». Pues respondí: «La vida. Vivir es suficiente razón para necesitarlo».
En estos últimos meses, he confirmado que, al igual que mis hernias discales, la salud mental no es algo que se pueda reparar con una cirugía láser. Necesita trabajo constante. Necesita tiempo. Necesitas mucha paciencia con el mundo y compasión contigo mismo.
Al principio, pensé que la salud mental era algo que no se podía ver. Porque «está en tu cabeza». Pero ahora sé que no. Sé que sí se puede ver. Hay muchas señales en nuestro cuerpo que son una alarma que nos alerta de que algo no está yendo bien.
Junto con esas historias que te dejan un nudo en la garganta, también he escuchado consejos alentadores, palabras de cariño y de esperanza. He descubierto nuevas conexiones que hacen que uno vuelva a casa con lágrimas, pero con una sonrisa también.
