Mirando hacia atrás desde mi niñez he sido testigo de la presencia -aunque lamentablemente menospreciada y maltratada- firme, no convencional, desafiante e inspiradora de las mujeres a mi alrededor.
Abuelas, madres, tías, hermanas, primas, jefas, colegas, amigas. Me han mostrado uno o varios ejemplos dignos de seguir.
Esta publicación no es un estudio ni una generalización, pero es mi experiencia propia de vida en donde he visto el reflejo de valores, principios y carácter en las mujeres con las que he crecido, he visto trabajar y con las cuales he trabajado.
He aprendido a callar. Que aunque a veces expresar mi opinión es importante, otras veces es más importante saber escuchar y elegir el momento oportuno para hablar.
He aprendido a tratar con respeto la opinión de otros. Que aunque mi punto de vista es único, puedo aprender más escuchando lo que otros tienen que decir.
He aprendido a mirar a los demás con compasión. Que todos tenemos una historia de vida que no conocemos. Que algunos encuentran las herramientas para superar las experiencias de vida, y otros tardan una vida entera.
He aprendido a trabajar duro. Que aunque los valores de otras personas no se alinean a los míos, eso no debe influenciar en hacer mi trabajo de forma ética y moral.
He aprendido a luchar. Que es cierto que la vida no siempre te muestra todo en color rosa. Que algunas experiencias te hacen cuestionar el universo entero, pero no debe detenerme. Que puedo continuar buscando y trabajando por un futuro que me traiga paz.
He aprendido a disfrutar los detalles más mínimos. Como los brotes verdes en los árboles cuando la primavera se avecina. Como un café amargo pero en buena compañía. Como un mensaje recordatorio de una amistad significativa. Como una llamada para escuchar nuestras voces. Como una oración para desearnos fuerza. Como un abrazo que revive el alma.
Este post es un gracias. A ellas.
